martes, 23 de agosto de 2011

No hay forma más refinada de vanidad que la humildad.


Parece una frase de Oscar Wilde y tal vez lo es, no lo recuerdo, se me ocurrió sin más no sé bien por qué.
TODA VIRTUD ENVANECE A LA PERSONA, DE ESTA MANERA PECAMOS INDIRECTAMENTE HASTA SIENDO VIRTUOSOS. Y ésta es mía seguro (vanidad...)
La vanidad es el más pegajoso de los pecados capitales, es muy difícil despegársela, continuamente nos engaña y hace tretas para manifestarse, por más que queramos controlarla se nos escapa y nos pone en evidencia, uno es consciente con facilidad de la vanidad en los demás, la observa y se sonríe por dentro, pero es con frecuencia incapaz de controlar la propia vanidad, que en el fondo no es sino un afán de ser admirado y por ende querido, algo que todos buscamos de una manera o de otra.
Me muestro ante ti con mis mejores galas, parece querer decir el vanidoso, puede pues considerarse en cierta medida un acto de cortesía sin llevarla al extremo de que resulte ridícula por inverosímil.
Pero hasta con el correctivo de la humildad la vanidad triunfa, lo que digo, que es muy pegajosa, muy pesada, no hay quién se la despegue.
Bueno, además los pecados aunque se repriman hay que darlos por cometidos, se peca también con el pensamiento, así pues somos reos del pecado continuo de vanidad aunque no la exterioricemos.
Verdadera condena la vanitas vanitatis.

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