lunes, 7 de noviembre de 2011

Corto viaje sentimental.


El viernes pasado una compañera de trabajo nos estuvo contando que se iba a pasar unos días a Oporto, a mí me hizo recordar mis escapadas hace años a esa preciosa ciudad, recoleta y tranquila, con buen vino, buena comida, espléndidos paisajes y gente encantadora.

Iba siempre al Grand Hotel do Porto, un hotel belle époque situado en lo más alto de la ciudad, recuerdo su salón de estar con un elegante piano de cola y un reloj inglés con una sonería deliciosa , la calefacción que nunca funcionaba bien y un mobiliario que te entraban ganas de llevártelo a casa de alguna manera aunque no supieras bien cómo.

Siempre iba en coche, desde Salamanca hay un recorrido precioso, se cruzan montañas con inmensos bosques de eucaliptos, parajes desiertos de toda presencia humana durante kilómetros y kilómetros, tanto que uno llega a asustarse pensando que tal vez se ha perdido y por algún extraño fenómeno paranormal va a aparecer en otro mundo.

Cuando entras de repente en Oporto te está esperando el Douro, como ellos lo llaman, y entras en la ciudad como descolgádote desde el cielo, por el puente de doble altura obra de Eiffel.

Recuerdo la Quinta do Vinho do Porto, con su romántico jardín y sus no menos románticos salones, donde puedes degustar el oporto blanco frío, que es mi favorito, con algún queso de la zona o con unas simples aceitunas que también está riquísimo.

Recuerdo la visita a las bodegas de Sandeman a orillas del Douro y un ambiente de lluvia y sol que se alternan en ese clima atlántico tan melancólico.

De vez en cuando sentía la necesidad de irme a Portugal para que el alma se me llenara de fados y melancolía.

¡Qué recuerdos...!

El paseante.
Noviembre 2011.

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