viernes, 18 de noviembre de 2011

Madrid y la belleza.


Atardecer sobre Madrid, cae la luz como una tupida neblina que hace volar la imaginación al cielo, cielo sobre Madrid, azul añil con nubes de algodón, vaporosas nubes que amenazan tormenta, por debajo del cielo, apenas iluminadas por la débil luz de este atardecer telúrico, surgen dos cuádrigas, como si los edificios coronados por cuádrigas de bronce fueran algo usual, frecuente, normal, y nos llevan con la imaginación a un mundo mitológico de dioses y guerreros, a un más allá de fuerzas desencadenadas por los dioses para hacer cumplir su misión a los héroes.

Cae sobre Madrid la noche lentamente como una fina sábana de nubes que fuera tapando la luz del cielo que más allá sigue luchando aún por brillar siquiera sea débilmente, mientras la luz de las farolas se convierte en una nueva luz del sol, doméstica, anaranjada, pálido reflejo de un sol de neón.

Ya las nubes dejan de caer sobre Madrid y se quedan quietas, suspendidas, cerradas sobre su cielo, reflejando en su grisura la luz de todas las farolas, y de los faros de los coches, y de los escaparates de los comercios. Visto desde arriba Madrid parece una nave espacial parada en el universo, punteado de luces que emergen de la negrura de la noche.

Madrid perdido en la noche, esperando despertar, esperando amanecer un día más, cuando se apaguen los neones y se encienda la vida dentro de cada uno de nosotros para poner entre todos la ciudad en funcionamiento, haciéndola arrancar, despegar como un avión supersónico sin rumbo que tiene que moverse por moverse cada día, para saber que funciona, para saber que aún no es tarde.

¿Para saber que aún no es tarde para qué?, me pregunto, pues para saber que aún no es tarde para nada y que un buen día de repente será tarde para todo.

Madrid, espero de ti cada día una felicidad que sé me das sin yo saberlo, ignorante ciudadano tuyo como soy, y me adormezco en tu seno cada noche para alcanzar la libertad verdadera del hombre, la libertad de su mundo interior, y cada mañana despierto, eso creo,  para vagar por tus calles que son como pasillos, laberintos, de los cuales es imposible salir porque están ya dentro de mi cabeza.

Madrid, me pregunto a veces si realmente existes o eres una invención mía.

Adiós Madrid, hasta mañana.

el paseante

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