miércoles, 28 de diciembre de 2011

El cuadro de la semana. La escuela de danza. Edgar Degas.


Luz, luz tamizada, sorprendida luz que cae de las alturas y baña todo como si fuera un líquido que escurriera a través del espacio, luz que va creando a su paso colores, apenas roza todo, todo se ilumina, luz creadora de vida, luz reflejo del cielo, reflejo del sol, imagen de la belleza, de la vida, de la vitalidad, de la energía.
La energía del arte, la pintura, el ballet, la música, la belleza.
Degas fue capaz de pintar la música, parece poder escucharse una melodiosa canción en sus cuadros siempre, pintó la música a base de luz, color y bailarinas.
Un mundo que desaparecería después, del cual apenas quedaría nada, tras de dos guerras mundiales.
Europa, toda su cultura, todo su refinamiento, Europa, el corazón del mundo, y Francia, el corazón de Europa.
Los pintores impresionistas son los últimos testigos de esa Europa de ayer, magnífica imagen de una civilización.
Recuerdo que hace años en el Rijksmuseum de Amsterdam, delante de un cuadro de Van Gogh, después de haber visitado la casa de Ana Frank, pensé: ¿todo eso para qué?
Miré a través de la ventana que daba al jardín y sentí una pena inmensa.
La atrocidad después de la espiritualidad, y luego Europa nunca volvería a ser ya la misma.
El París de Degas, una delicia poder recrear la vista con toda una época que tiene reflejo en sus hermosos cuadros, y que se nos escapa del pensamiento como algo incomprensiblemente perdido para siempre.
Y mientras la imaginación se nos llena de una bella melodía, la melodía de la añoranza de un mundo que un día ya lejano fue mejor.
el paseante

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