lunes, 6 de mayo de 2013

Las aventuras de Pumby (5). El traje de marinerito.



Las aventuras de Pumby (5). Diario de un niño franquista. El traje de marinerito.


En el franquismo nadie opinaba, y menos que nadie un niño, los niños en el franquismo éramos poca cosa, no alcanzábamos a tener un estatus claro dentro de la sociedad, éramos un estorbo, algo que ralentizaba la ansiada gloria del imperio, una carga, un lastre, no importábamos demasiado, yo por ejemplo fui un outsider durante todo el franquismo, no sabía en qué consistía todo aquel montaje, ni me interesaba lo más mínimo, un señor calvo y bajito, rechoncho y con bigote, y una señora a su lado, que debía de ser su mujer, con unos collares de perlas muy grandes, que sonreía con unos dientes enormes a los flases de las cámaras, obispos, muchos obispos por todas partes, y militares, España parecía seguir en estado de guerra, había militares por todos los rincones, y limpiabotas, gitanas que te leían la mano, toreros iletrados, escritores de mucha prosopopeya, folclóricas, algún que otro timador por las calles, y niños muy serios y callados, porque en cuanto decías o hacías algo te regañaban, en el franquismo recuerdo que te regañaban mucho y por todo, continuamente y sin motivo, uno se sentía siempre culpable de haber hecho algo, o de no haber hecho algo, uno era la culpa hecha niño, la cara oculta del régimen, su envés, uno era, en definitiva, el futuro que habría de acabar con todo aquello tarde o temprano, los niños no perdonamos fácilmente las ofensas, y durante el franquismo se nos ofendió ignorándonos, nunca se habla de nosotros como víctimas del franquismo pero también lo fuimos.

Psicología infantil…, para psicología infantil la de aquellos años en que los niños éramos algo así como un añadido inevitable, un rollo que había que aguantar, relegados a un segundo plano teníamos que estarnos siempre quietos y callados, sin molestar, sin rechistar, haciendo lo que nos mandaran, había que ser obedientes, serios, responsables, estudiosos, y sobre todo pasar desapercibidos, porque los niños de aquellos años éramos invisibles, los adultos te miraban pero no te veían, por ejemplo, si entrabas en una tienda y saludabas, decías buenos días, nadie te contestaba nunca, y si preguntabas algo tampoco, nadie se paraba si preguntabas la hora o qué autobús debías coger, cuando pagabas algo en una tienda no te decían el precio, simplemente te cobraban y ya está, el niño venía a ser lo que hoy es un perro, un animal de compañía que además hacía los recados de la casa, como una mascota, ya quisiéramos haber sido tratados como hoy se trata a los perros, había que ser duro, hacerse el duro, resistir impertérrito todo aquello, era el franquismo, uno notaba que pasaba algo raro, que las cosas no deberían ser así, pero uno se callaba, porque en el franquismo si hablabas de más estabas acabado, si eras adulto te metían en la cárcel, y si eras un niño en el reformatorio.

El reformatorio…, vaya nombre, para reformarte sería, es decir, en lugar de cambiar lo que debían cambiar, el sistema, te cambiaban a ti para adaptarte al sistema, a ese sistema que generaba inadaptados continuamente, escoria que era expulsada como un lastre que se tira por la borda de un transatlántico, el transatlántico del sistema franquista, y allí en cubierta, perfectamente uniformados de marineritos, estábamos los niños, otras víctimas del franquismo, como si nada sucediera en realidad con nosotros y todo fuera normal.

El paseante

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